El parlamentario opositor volvió a ganar un puesto en a Asamblea Nacional venezolana el pasado 6 de diciembre, en representación de la comunidad de Petare
El diputado Miguel Pizarro siempre supo que la política era su fin de vida. (Manuel Reverón) |
En Venezuela, quien se consiga a Miguel Pizarro por la calle quizá no le pasaría por la mente la idea de que es diputado en la Asamblea Nacional, por Petare, uno de los barrios más grande de América Latina. Con sus brazos tatuados le tocó demostrarles a los demás que las apariencias son simplemente eso, apariencias. Aunque él es uno de los más jóvenes entre los curules ganados por la oposición venezolana, la seguridad que tiene en sí mismo desdibuja todas las diferencias de edad. Con una actitud informal y relajada, sabe que puede superar las metas impuestas.
“Yo hice una cosa por decisión propia: al principio los medio disimulada (los tatuajes) porque mi primer ejercicio era demostrar la capacidad de neuronas y después les llegué con manga corta”, cuenta Miguel Pizarro desde la terraza de su comando de campaña. Supo que para no ser reconocido por el simple hecho de tener marcada su piel, debía esforzarse más que cualquiera.
Empezó a tatuarse a los 14 años, en principio porque el tatuador vivía en su casa. “Ericsson, un pana que por tatuador lo botaron de su casa, y la mía siempre ha sido un refugio. Entonces, cada vez que estaba ocioso, era echarle tinta a la pierna”, relata señalando el lugar donde se hizo el primer tatuaje, una imagen de un joven con una máscara de gas y una molotov, en símbolo de una protesta en la Universidad Autónoma Abierta de México. Para emparejar, se hizo en la otra pierna un tatuaje en contra de la explotación animal.
Desde pequeño estuvo dispuesto a luchar por sus ideales, y su primera ventana de expresión fue su piel. Sus padres fueron, además, su gran inspiración para elegir la política como oficio. Su padre participaba en las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y su madre era la secretaria de la fracción parlamentaria de la izquierda en el Congreso. En aspectos generales, se puede decir que su niñez estuvo marcada por la política.
Pizarro recuerda que de adolescente fue “muy rebelde, un poco belicoso”. Le atribuye a su familia un poco de la culpa por el comportamiento que tenía en esa época. “A los 13 años mi papá me regaló de cumpleaños ¿Qué hacer? de Lenin”. Además, cuenta que esa misma edad de madrugad se escapaba de su casa para ir a conciertos de punk y rock en la Caracas de los 90′. Este es el período en el que considera que inició su carrera política formal, sus primeros pasos para lograr una meta que vendrá no mucho después.
Comenzó a estudiar Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela (UCV), lo que además fue una decisión motivada por aspiraciones políticas. Pero estudiar en la UCV fue siempre una meta trazada desde niño, porque advierte que quería aprender y vivir un poco de las historias que allí nacían. “A la [Universidad] Central le debo todo lo que soy, la primera cosa que yo recojo son muchas relaciones humanas, todo mi equipo viene de aquella época”, refiriéndose, también, al Movimiento Estudiantil del 2007 en el que participó de forma activa y le ayudó a progresar en su carrera política.
Su segunda meta era llegar al Parlamento. “Yo estaba muy chiquito y siempre quise estar ahí”. Además, las acciones de su padre le hicieron reconocer que existe un espacio de debate donde te puedes sentar en la misma mesa a discutir con las personas con quienes disientes y ver cómo resolver los problemas del país.
A los 21 años consigue su boleto de oro: su primer cargo en elección popular. Esta era su primera postulación en tema público, una oportunidad en un circuito que nadie pensaba que ganaría. “Cuando lo gané, recuerdo que llamé al partido a las 7 de la noche y digo: ‘¡Mira, gané!’ La respuesta del otro lado fue: ‘¿En serio? Espérate que salga Tibisay Lucena, no te emociones, es tu primera elección’”.
El diputado opositor comenta que se fue con 20.000 bolívares, un teléfono y un yaris que le prestaron para ir a hacer esa campaña. “Dormía en una habitación donde si extendía los brazos podía tocar las dos paredes; nada más cabía la cama, un televisor que me prestaron y un montón de libros, eran los que me acompañaban”. Estaba solo en un sitio nuevo pero tenía que empezar su camino desde cero, él estaba convencido de que ganaría aquella elección. “Uno no se puede meter en esta pelea si tú no crees que es posible”, dice.
Recuerda, como si fuera ayer, su primer día: “Llegué y para sacarte la foto de la credencial había que usar corbata. Yo soy alérgico a la pinta de muñequito de torta”, y explica que al fotógrafo le tocó prestarle la suya. Ya después, al entrar, reconoce que sintió un nudo en la garganta y la piel erizada. “vi hacia arriba, vi el vitral, al voltear, los curules y de frente el micrófono”. Para ese momento ya era un diputado de la Asamblea Nacional.
“La primera vez que hablé me tocó responderle a Cilia Flores, en cadena nacional, mientras que interpelábamos a los ministros”, comenta con satisfacción esa primera experiencia y cómo la gente terminó parada aplaudiendo su intervención. Admite que hoy en día siente la misma emoción que sintió aquella vez. “Cada vez que es martes, los días de sesión, es uno de los días en los que estoy con mejor humor”, dice, aunque con tono de resignación, pues señala que a él siempre le tocaban los debates que nadie quería enfrentar, “era el soldado Ryan”.
Al ser el diputado más joven, con tan solo 23 años, se consiguió con retos que quizás más nadie enfrentaría. “Yo la verdad me lo disfruté porque entonces los viejitos tuvieron que aprender a bailar pegado”, narra. Se dio cuenta que le tocaría esforzarse el triple para demostrar quién era, “porque si trabajas más que los demás, no hay chismes ni rosquita que a uno lo saque del juego”, indica. También, supo que los tabúes que todavía se viven en Venezuela podrían ser una limitante e, incluso, un factor de discriminación debido a sus tatuajes.
“Te voy a echar un cuento de hace seis semanas: Estoy saliendo de un estudio, con el secretario juvenil de Primero Justicia. Un policía, que no se da cuenta de quién soy, decide pararnos y vaciarnos los bolsillos”, narra el parlamentario riendo. “Como a los dos minutos, cuando veo que ya está muy fastidioso le digo: ‘Yo soy el diputado Miguel Pizarro, mucho gusto’. El policía al final no supo cómo pedirme disculpas porque se dejó llevar por mis tatuajes, que lo habían llevado a tener una actitud hostil sin necesidad”.
Pizarro reconoce que cuando las cosas se le ponen chiquitas el tatuaje de Alicia en japonés (que es el nombre de su abuela) lo ayuda a no perderse “entre los bosques”.
El 6 de diciembre fueron las elecciones parlamentarias en Venezuela y Pizarro era candidato para la reelección del circuito 3 del estado Miranda, que corresponde a la parroquia Petare. A las 12:30 am, hora en que el Consejo Nacional Electoral (CNE) emitió el primer boletín, el joven de 27 años se convertía de nuevo en diputado a la Asamblea Nacional con 64,9% de los votos. Logró la victoria en 94 centros, de los cuales 35 pertenecieron al oficialismo en las últimas cinco elecciones.
“Esta es una experiencia que yo jamás quiero que se me olvide. Por eso, después de la elección, el próximo tatuaje son los barrios de Petare en el pecho”, afirma señalando el lugar de su próximo lienzo. La elección ya ocurrió y su expectativa fue lo que esperaba. Por eso, pronto, seguro Miguel Pizarro volverá a encontrarse con la tinta.
Dayana Braz 18 diciembre, 2015 a las 15:01 / Blog del Panam Post
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